PREVENIR INCENDIOS, UNA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA

Los incendios forestales son uno de los dramas más crueles que sufren nuestros territorios y las personas que los habitan. 

Montes, cultivos e infraestructuras agroganaderas, ganado, vida silvestre,… y cada vez más frecuentemente, viviendas y vidas humanas son arrasadas por las llamas. 
 
Es el estado del territorio, los usos del monte, la orografía o las condiciones climáticas los que condicionan su prevalencia y esos factores, en los tiempos que corren, no juegan precisamente a nuestro favor.
 
Pero los incendios no son una maldición bíblica aunque la forma de los nuevos fuegos, los llamados incendios de sexta generación, se parezcan cada vez más a la imagen que tenemos del infierno. El problema es complejo porque son muchos los factores que los condicionan, y las soluciones simples a golpe de titular solo sirven para echar más leña al fuego.
 
Lo que sí se ha evidenciado es que los medios de extinción tradicionales han mostrado sus limitaciones para hacer frente a estos incendios.
Urge poner en marcha herramientas de prevención como ha destacado el Foro de Reflexión para la Prevención Integral de los Incendios Forestales promovido por la Fundación Entretantos. En el marco de este Foro se han gestado dos iniciativas, la primera es la elaboración participada del documento “Prevenir los incendios: una responsabilidad compartida” con la intención de que llegue a los lugares de toma de decisiones y pueda ayudar a la población y a los medios de comunicación a conocer un poco más en detalle la situación actual y algunas posibles soluciones a nuestro alcance.

 

Y la segunda es este catálogo de experiencias y territorios en los que la lucha contra el fuego se ha basado en la prevención. Territorios que muestran que otra gestión para la prevención es posible y que, sí o sí, es necesario contar con la participación e implicación de población local y de los sectores socioeconómicos afectados.
UNA NUEVA GESTIÓN PARA UN NUEVO TIEMPO

Los incendios han cambiado: han evolucionado hacia episodios de gran peligrosidad.

Mónica Parrilla de Diego 

Responsable Campaña de Bosques Área de Biodiversidad www.greenpeace.org

A la alta siniestralidad, se suman condiciones que agravan la propagación del fuego como el  aumento de superficie forestal -gran parte de ella sin gestionar, fruto del abandono ruraly cambio de patrón del sistema agrario tradicional frente a explotaciones actuales. Además, el aumento de frecuencia de periodos de sequía y olas de calor suponen la desecación de la vegetación por pérdida de agua (evapotranspiración), lo que la convierte en «combustible», uno de los elementos necesarios para que el incendio progrese.
 
Para una gran parte de los ecosistemas forestales ibéricos, la gestión agroforestal preventiva es la medida más efectiva para reducir el impacto de los grandes incendios forestales, aunque no la única. Observando los elementos (topografía, meteorología y combustible) de los que depende el comportamiento del incendio se confirma que:

 

  • No se pueden modificar las condiciones meteorológicas.
 
  • No se puede modificar la topografía.
De manera que sólo se podrá incidir en las condiciones del «combustible», es decir la vegetación susceptible de arder con actuaciones dirigidas a crear discontinuidades y espacios abiertos que, por su menor carga de biomasa (combustible), permitan frenar o ralentizar el avance del fuego y posibiliten espacios seguros de trabajo a los servicios de extinción. Un paisaje gestionado es una de las pocas ventajas estratégicas que se pueden adquirir antes del comienzo del fuego.

Para ello es fundamental que las administraciones prioricen recursos económicos y humanos para lo que se denomina gestión agroforestal sostenible.
 
UN FUEGO QUE LO QUEMA TODO
Cuando vemos terribles imágenes sobre incendios que asolan la península o las islas, sentimos un escalofrío que eriza el vello de nuestra piel. La sensación es más dramática al escuchar los testimonios de las personas que viven en su entorno, de aquellos cuyo modo de vida se ve directa y dramáticamente afectado.
Pero esas imágenes también reflejan y apelan a quienes viven en lo urbano, porque de aquellos territorios pasto de las llamas, la ciudad se nutre, se alimenta, conserva los ciclos de los materiales de los que depende la vida y a ella acude en momentos de ocio, a respirar aire puro y a reconectar con la naturaleza. Cuando algo ocurre en lo rural, el urbano se ve afectado profundamente.
Los incendios forestales, en la actualidad, están suponiendo un cambio de escenario que nos interpela directamente. Esos incendios de grandes magnitudes que arrasan con grandes superficies están apelando a nuestra conciencia y, sobre todo, a nuestra co-responsabilidad.

 

Porque los incendios son finalmente el resultado de unas políticas, unas formas de consumo y una estructura social sobre las que podemos y debemos participar activamente a través de procesos diseñados para el diálogo. Sin olvidar que. nuestra forma de actuar, de consumir, repercute directamente en nuestros pueblos y desde la distancia también se puede participar de una prevención activa a través del consumo que realizamos cotidianamente: éste puede estar sostenido por una reflexión ligada a la conservación del medio rural, a la intención de mantener su sector primario y de consolidar un monte con uso, en lugar de un monte en desuso, futuro pasto de las llamas.
 

Los incendios forestales, en la actualidad, están suponiendo un cambio de escenario que nos interpela directamente. Esos incendios de grandes magnitudes que arrasan con inmensas superficies están llamando a gritos a nuestra conciencia y, sobre todo, a nuestra co-responsabilidad.

Maria Turiño

Fundación Entretantos

POR QUÉ DE LOS INCENDIOS: la paradoja de la extinción
El abandono rural y cambio de usos de suelo y de materiales ha provocado que en las últimas décadas haya habido una creciente acumulación de combustible vegetal en los bosques induciendo cambios en el régimen de incendios. En solo unas décadas, los montes antaño sobreexplotados y esquilmados que sufrían de pocos incendios forestales de baja severidad y que eran controlados por los propios habitantes del entorno, se convirtieron en zonas infraexplotadas con alto riesgo de sufrir grandes incendios forestales. 

Las políticas de extinción que mejoran el ataque al fuego han reducido el número de incendios y por tanto provoca el aumento de más vegetación quemable: es la paradoja de la extinción, que hace aumentar la probabilidad de incendios.

Daniel Moya Navarro

Catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha Coordinador Máster Ing. Montes ETSI AGRONÓMICA MONTES Y BIOTECNOLOGÍA

Esto supuso un cambio de paradigma y se realizó un esfuerzo desde la administración pública con grandes inversiones en material y personal para reforzar las campañas de extinción, especialmente desde 1994 cuando en España se produjo un colapso en el sistema de gestión existente.
Este éxito genera un aumento del combustible, que en un medio forestal cada vez más abandonado, acumula más vegetación quemable, por lo que cada año hay más riesgo de ignición y propagación de incendios en zonas no quemadas anteriormente. Esta es la llamada paradoja de la extinción de los incendios: a medida que mejoran los sistemas de extinción, aumenta también la probabilidad de incendios porque el combustible se sigue acumulando en el monte. Además, cuando este hecho se une a causas climáticas excepcionales (por desgracia cada vez más comunes debido al cambio climático, como sequías prolongadas, altas temperaturas, tiempo seco y rachas de viento fuerte (como la subsahariana en el área mediterránea)), inducen una mayor frecuencia de grandes incendios o incendios de sexta generación. Estos megaincendios quedan fuera de la capacidad de extinción, afectando grandes superficies quemadas con alta severidad: menos de 2% de los incendios queman casi la mitad de la superficie anual.

 

La “Paradoja de la extinción” tiene que ocasionar un cambio de rumbo hacia unas políticas forestales adaptativas, destinadas a introducir cambios en la gestión  agroforestal y con un nuevo papel del fuego como herramienta de gestión forestal.
 
POR QUÉ DE LOS INCENDIOS: la despoblación abre camino a lo bravo
Relacionar despoblación rural con incendios forestales (IIFF) puede resultar extraño dentro de un “imaginario colectivo” anclado en explicaciones y teorías que carecen de sentido en el escenario actual.

 

Cada vez quedan menos dudas desde cualquier ámbito o disciplina que ponga su foco sobre este problema, que los IIFF hoy son, en realidad, las consecuencias de otros problemas relacionados entre sí y que, como en el caso de la despoblación rural, presentan un marcado carácter estructural y, por lo tanto, social.
La despoblación rural es un problema que viene de lejos en nuestro país y que, de forma silente, ha ido originando unos factores de riesgo que no hemos sido capaces de identificar hasta hace apenas dos décadas: abandono de tierras de labor, abandono de usos tradicionales de pastos y leñas, pérdida del sentido de “comunidad “y del control tanto formal como informal que la propia comunidad ejercía sobre su territorio.
En pocas palabras: hay que entender la despoblación rural como la imposibilidad de mantener unas relaciones y actividades que eran fundamentales en el mantenimiento de un paisaje vivido que creaba y mantenía un mosaico agroganadero y silvopastoral, donde los extensos e intensos IIFF no tenían cabida.
La despoblación ha abierto el camino para que “lo bravo” (el monte abandonado) vaya desplazando a “lo manso” (las tierras cultivadas y el monte aprovechado), comprometiendo la seguridad, tanto de los entornos rurales como de los propios asentamientos.

 

 

La despoblación ha abierto el camino para que “lo bravo” (el monte abandonado) vaya desplazando a “lo manso”

Javier Jiménez Caballero de Rodas

Fundación Pau Costa Mas información

POR QUÉ DE LOS INCENDIOS: la larga huella del la ciudad

Hasta hace unas décadas, el futuro del monte se decidía en el monte. Hoy, esto ya no es así.

Santiago Campos Fernández de Piérola

GEA s.coop.

Las decisiones que tenían que ver con montes, prados o arbolado, se tomaban en las comunidades humanas que los aprovechaban, desde los pueblos y aldeas más próximas quienes a través de las normas consuetudinarias fueron acordando las técnicas de manejo, los turnos de corta, las fechas de acceso del ganado, la capacidad de carga, etc. De esta manera se iba generando un sistema normativo propio, depurado siglo tras siglo, que maximizaba la extracción de recursos del monte asegurando a la vez el mantenimiento de las bases físicas que permitían su renovación: el ejemplo práctico del uso sostenible de los recursos naturales.
 
La desaparición de esos usos, y por tanto de un modelo de gestión desde el territorio, provocó en su momento una doble consecuencia. Por un lado, la pérdida de manejo y por tanto, de sentido “productivo” del monte, que deja de ser un espacio vitalmente relacionado con las personas que habitan su entorno. Por otro, que ese espacio vacante que deja la no gestión del monte es ocupado por otras personas, que tienen naturalmente otras miradas, otras pretensiones y le otorgan al monte una vocación también distinta.
La planificación y la gestión del monte es asumida por las administraciones cuyos centros de decisión se trasladan de los pueblos a las ciudades, con decisiones que tienen cada vez más relación con problemáticas y preocupaciones globales, de manera que la mirada al bosque cambia y la cultura urbana se apropia en cierta medida también de los bosques.
 
No solo los gestores dejan una impronta eminentemente urbana en los montes. También afloran nuevos usos que diversifican también sus aprovechamientos. El turismo, el deporte, los aprovechamientos recreativos de montes y bosques comienzan a aflorar como demanda de una sociedad cada vez más necesitada del contacto con la naturaleza, lo que genera nuevas servidumbres y distintas necesidades que complejizan la gestión forestal, amplifican la cohorte de interesados y usuarios del monte y hacen que, cada vez más, el futuro del monte dependa menos de lo rural y más de lo urbano.
 
POR QUÉ DE LOS INCENDIOS: menos aprovechamientos para un monte más denso
Los incendios forestales se desplazan por el territorio “leyendo” el paisaje, lo que implica que su capacidad de destrucción está más vinculada con las características y el manejo que ejercemos sobre la superficie forestal, que sobre si su causa es natural o antrópica.
La superficie forestal ha experimentado grandes cambios a lo largo de la historia que han podido quedar documentados a través de registros paleoambientales y documentales.
Sin dejar de mencionar uno de los más importantes (el vinculado a la ganadería extensiva), el aprovechamiento de otros recursos forestales ha mantenido históricamente un paisaje intervenido y con poco combustible forestal. Al recurso principal de madera y leña, se sumaban muchos otros como corcho, resina, frutos -castañas, piñones…-, pinocha, hongos, trufas, miel, caza…que tenían mayor o menor presencia en función de las características socioculturales, ambientales y de los recursos de cada territorio.
Los cambios ocurridos a partir de mediados del siglo pasado, vinculados al éxodo rural, supusieron el abandono masivo de esta gran diversidad de usos y aprovechamientos agrosilvopastorales, lo que ha supuesto que la superficie forestal española se haya incrementado en más de 3 millones de hectáreas desde entonces.

 

Este crecimiento de la superficie forestal, en parte vinculado a la falta de aprovechamientos forestales actuales, se está produciendo en territorios rurales en crisis y desarticulados, de forma desordenada y sin apenas gestión, lo que está condicionando la ocurrencia y propagación de los incendios forestales actuales y, lo más preocupante, la generación de grandes incendios fuera de capacidad de extinción responsables de grandes daños a personas, bienes y la biodiversidad.
 

El crecimiento de la superficie forestal, en parte vinculado a la falta de aprovechamientos forestales, se está produciendo en territorios rurales en crisis y desarticulados, de forma desordenada y sin apenas gestión.

Virginia Carracedo Martín

Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio ETSI Caminos, Canales y Puertos
Universidad de Cantabria

POR QUÉ DE LOS INCENDIOS: un nuevo territorio que pide ordenación
Los terrenos forestales ocupan el 55% del país, y en un siglo, se ha pasado de 6 a 18 millones de hectáreas arboladas. Este intenso y continuado aumento de la superficie forestal se debe tanto a las políticas de reforestación, como al cese de los cultivos, cuyas superficies han sido ocupadas por arbustos primero y masas forestales después.
 
Las razones por las que se produjo la interrupción del cultivo y de otros aprovechamientos residen en la crisis del sistema campesino tradicional, pero también en las dificultades para la mecanización debido al relieve, ya que las zonas de montaña representan más del 50% de la superficie del país.

La incorporación de la variedad de funciones de los espacios forestales en los planes de gestión, favorecerá sus sostenibilidad.

Ramiro Palacios Cuesta

Técnico en Desarrollo Rural y Pastoralismo en VIDAR SOLUCIONES AGROAMBIENTALES SL (AGROVIDAR).

Así mismo, este proceso también se ha debido al modo en el que se han llevado a cabo las reforestaciones, con masas homogéneas, monoespecíficas, sin discontinuidades y con todos los ejemplares coetáneos, lo que dificulta el uso de los espacios forestales de forma plurifuncional y biodiversa.
Se trata de una cuestión de ordenación territorial, no solo forestal, por lo que su abordaje ha de plantearse a partir del despliegue de diferentes estrategias encaminadas a generar espacios diversos, capaces de generar diferentes servicios, discontinuos, interconectados y transitables.
La incorporación de la variedad de funciones de los espacios forestales en los planes de gestión, la participación de los diferentes agentes implicados, la apertura de espacios libres de arbolado, la incorporación del ganado como una herramienta para reducir la biomasa y mejorar la funcionalidad del suelo, el fomento del uso de los productos forestales no maderables o la creación de infraestructuras para uso recreativo, son medidas que favorecerán la sostenibilidad en estos espacios. Continuar considerándolos como territorios aislados, desconectados de las comunidades locales donde se ubican y gestionados desde la distancia y con herramientas exclusivamente forestalistas, solo conducirá a perpetuar las dinámicas en curso.
 
UNA EVIDENCIA: PREVENIR ES ACTUAR SOBRE LOS PAISAJES FORESTALES
Enfrentarse a los incendios forestales es enfrentarse al reto de gestionarlos, lo que supone tener la capacidad de controlarlos, pero sobre todo asumir la prioridad de prevenirlos a través de la gestión activa del paisaje agroforestal. 
 
Hoy tenemos la certeza de que con solo una “política de supresión” (promover la inversión en operativos y medios de extinción) para tratar de sofocar todos los incendios no podemos lograr su control debido a la simultaneidad o a lo extremo de sus condiciones.
Es preciso aceptar la urgente necesidad de revertir la pérdida de gestión activa en los terrenos agroforestales que permita restablecer paisajes en mosaico resistentes a la propagación del fuego, que ofrezcan oportunidades e infraestructuras estratégicas para su extinción, que reduzcan su intensidad y que recuperen una estructura de usos diversificada.

 

Paisajes que mantengan un desarrollo rural digno, que facilite una ordenación territorial capaz de ofrecer seguridad especialmente a sus residentes y de garantizar la creación y mantenimiento de espacios defendibles frente al fuego en las zonas de interfase urbano forestal.

 

Es necesaria una nueva política de gestión de incendios forestales, en la que prevenir sea actuar de forma activa en el territorio para reducir el riesgo, tal como promueve la «Declaración sobre la gestión de los grandes incendios forestales en España”
Han de aplicarse las técnicas precisas que combinen participación social, sostenibilidad ambiental y recuperación de los usos agroforestales, mediante acciones programadas y seleccionadas de recuperación de usos agrarios, ordenación del territorio, selvicultura preventiva, incentivos fiscales y pagos por servicios ambientales o protección de zonas residenciales.
En definitiva, es necesario invertir y trabajar activamente sobre la bioeconomía del territorio que puede arder, que propaga el incendio, que hemos de diversificar y necesitamos revivificar, para darnos oportunidades de control y seguridad. Más que seguir creciendo sin límite en costes y medios de extinción, imprescindibles, pero que, lamentablemente, pueden terminar por ser superados. La extinción es sólo la respuesta, la solución es la prevención. Prevenir es actuar.
 

Es necesario trabajar activamente sobre la bioeconomía del territorio que puede arder para darnos oportunidades de control y seguridad.

Luis Berbiela Mingot

Ingeniero de Montes. Vicepresidente de Tramuntana XXI